“Sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible para los ojos.” (Sain-Exupéry 169)
Antoine de Saint-Exupéry (1904-1944) vivió los horrores y la estupidez de la Segunda Guerra Mundial, cuando los alemanes invadieron su país él se exilió por un corto tiempo en los Estados Unidos. Durante esos duros años, reflexionó sobre la terrible experiencia que había vivido y por la que pasaban miles de inocentes. Un día, la esposa de su editor, Elizabeth Reynal, le sugirió que escribiera una historia con ese pequeño personaje de cabellos dorados que dibujaba con frecuencia en su correspondencia. Antoine debía desentrañar quién era y en esa búsqueda llegó al autoconocimiento, descubrió sus más profundas inquietudes así como los duros cuestionamientos que le hacía a su cultura.

El personaje cobró vida y verdad en la literatura, nació El Principito en 1943, una novela corta que relata las aventuras de un pequeño soberano extraterrestre en su viaje de aprendizaje por otros mundos. En el camino descubre las rutas del egoísmo, la vanidad, la ambición y la avaricia absurda. Vicios que restan humanidad a los individuos, que los hacen ruines, autoritarios y necios.
El Hombre de negocios, por ejemplo, le dice al Príncipe:
“Si te encuentras un diamante que nadie reclama, el diamante es tuyo. Si encontraras una isla que a nadie pertenece, la isla es tuya. Si eres el primero en tener una idea y la haces patentar, nadie puede aprovecharla: es tuya. Las estrellas son mías, puesto que nadie, antes que yo, ha pensado en poseerlas.
-Eso es verdad –dijo el Principito- ¿y qué haces con ellas?
-Las administro. Las cuento y las recuento una y otra vez –contestó el hombre de negocios-. Es algo difícil ¡Pero yo soy un hombre serio!” (p. 73)
En esta obra percibimos un gran anhelo por señalar los peligros que existen en los aspectos materialistas de la vida, las ambiciones desmedidas y erróneas que llevan a los hombres a la guerra. Busca educar para la paz, escribir desde lo más profundo, con humor y alegría sobre los verdaderos valores que nos hacen mejores personas: la solidaridad, la amistad, el respeto, la compasión, el amor.
“-Sólo se conocen bien las cosas que se domestican –dijo el zorro- Los hombres ya no tienen tiempo de conocer nada. Lo compran todo hecho en las tiendas. Y como no hay tiendas donde vendan amigos, los hombres no tienen ya amigos. ¡Si quieres un amigo, domestícame! (161)
Muchas personas adultas dicen que esta extraordinaria historia no es para niños, que es tan profunda que ellos no la pueden entender, cuando escucho estos comentarios me pregunto lo que diría el autor, quien decididamente dedica el volumen al niño que todos llevamos dentro: “quiero entonces dedicar este libro al niño que fue hace tiempo esta persona mayor. Todas las personas mayores antes han niños (Pero pocas de ellas lo recuerdan)” (p. 5), de esta manera, es al receptor niño al que llama, a quien es capaz de soñar, de asombrarse, de dedicar horas a la contemplación del mundo, a la charla, al juego. Este niño extraordinario que podemos escuchar en nuestro interior si acallamos las preocupaciones y las angustias de nuestra vida. El Principito nos deja a todos los lectores, de todas las edades, un gran regalo:
“Por la noche, cuando mires al cielo, puesto que yo habitaré en una de ellas y puesto que yo reiré en una de ellas, para ti será como si todas las estrellas rieran. ¡Tendrás estrellas que saben reír!” (p. 206)
Antoine, comprometido con el mundo que deseaba para sus semejantes, desapareció para siempre en una misión de reconocimiento para la Francia libre el 31 de julio de 1944, su obra es inmortal, un clásico que conmueve a todos y nos educa para la paz en este mundo que se sacude por la violencia.
Bibliografía
Saint-Exupéry, Antoine de. El Principito. México: Editorial Nueva Palabra, 2005.